El Lago de los "Peces"


 
     

Era el mes de marzo de 1994 y había nevado en Sanabria (Zamora). Mi pasión por la nieve sumada a la pasión por los "belgas" formó un cóctel en mi cabeza que unido a la invitación de nuestros amigos Juan Carlos y Ana (residentes en ese momento en la zona) y propietarios de otro belga, (Ringo), hizo que sin pensarlo, aceptáramos. Y desde ese momento, contando los días, repasamos el tiro con “Paris”, cosa que ya le habíamos enseñado y habíamos practicado con él y con “Puma”.            

         Mi ilusión en este caso se centraba en que el perro tirase de Gonzalo (mi hijo de dos años y medio por entonces), pues pensaba que le podía hacer el niño más feliz del mundo. 
         Llegó el día tan esperado y allí nos presentamos con todo el equipo: Perro, trineo y arnés. Y tras unas carreras de los perros gozando por la nieve junto al “Lago de Los Peces” (pues era la zona donde más nieve había), decidí enganchar a Paris al trineo y llevar a cabo mi gran ilusión… me sentí realizado. Yo sí que fui feliz. Creo que Gonzalo no las tenía todas consigo y tras unos pequeños paseos y risas, ante el temor de que cayese, lo

saqué del trineo y dejé que Paris fuese tirando a su aire y sin peso …

 

           Entonces ocurrió lo imprevisto: Paris corrió tras Ringo por lo alto de una ladera en forma de duna sin percatarse, ni ellos, ni nosotros, de que al otro lado, una pared de nieve casi vertical de unos cinco metros de altura desembocaba en el lago totalmente helado salvo en la misma orilla, donde aparecían los primeros indicios de deshielo.

 
         En un visto y no visto, el trineo se fue hacia abajo y al quedar colgando desequilibró a Paris en su carrera y ambos rodaron pared abajo.

         Escuchamos un ruido estruendoso y cuando llegamos corriendo vimos a Paris que intentaba salir, totalmente  empapado, de un agujero en el hielo, resbalando continuamente y con el trineo semihundido. Tras un buen rato angustioso, consiguió salir y sacar el trineo. Pero lo hizo hacia dentro del lago. Quizás por la conmoción del impacto, tal vez por ser el punto donde pudo asirse o tal vez porque de este lado solo veía pared. No sabemos por qué, pero se fue hacia adentro temblando y totalmente bloqueado, se sentó. Fuimos incapaces de que se moviese

 

         Llamándolo de mil maneras y tonos. Amagando que nos íbamos. Tirando objetos con cuerdas. Desapareciendo durante un tiempo …

         Hice intentos de pisar el hielo, pero rompía.

         Comenzaba a irse el sol y la desesperación y el desasosiego se iban adueñando de nosotros. Con el estómago vacío y sin saber qué hacer, pensando lo que esperábamos de ese día y en lo que se había convertido, no quería ni pensar que tendríamos que dejarlo allí. Estaba dispuesto a entrar arrastrándome.

 

         Mi mujer y mis amigos me lo impidieron.

         Y para ello, Juan Carlos, que estuvo haciendo fotos, y manteniendo la serenidad hasta el último momento, como en él es habitual, bajó a Puebla de Sanabria a pedir ayuda a la guardia civil.

         La espera se me hizo interminable.

         En estos momentos desesperantes, la guardia civil aparece sembrando la esperanza… y la nota de humor, con una lancha hinchada en el techo del mítico R4 sostenida por un brazo de cada guardia asomando por la ventanilla, y el teléfono negro típico de nuestras casas colgado en el salpicadero.

          Tras acercarse al lago preguntan que quién se va a subir, pues ellos no lo iban a hacer.

          No lo dudé una décima de segundo, daba por hecho que sólo iba a subir yo.

 

         Me llamó la atención que llevasen un hacha; más tarde lo comprendí  cuando subí a la lancha,  puesto que la única manera de avanzar era clavar el hacha en el hielo y tirar de ella a base de pequeños impulsos.

          Así conseguí llegar a la altura de Paris. Pero lo peor, otra sorpresa, lo que nadie esperaba, me estaba aguardando.

          Cuando apoyé el pie en el hielo e hice un mínimo de presión con el otro dentro de la lancha, para ponerme de pie, esta se deslizó hacia atrás. Al apoyarme entonces bruscamente sobre el hielo, un crujido repentino dejó paso a un agujero y sin darme cuenta me vi totalmente inmerso en un agua gélida y gris.

 

         Con mucha ropa y botas altas llenas de agua, aún no sé cómo, de forma muy rápida  y viendo que estaba yendo al fondo, comencé a bracear hacia arriba al tiempo que abrí los ojos (nunca antes lo había hecho sumergido). Vi por la claridad del agujero una mancha naranja y pensé que había que agarrarse a ella como fuese. Apuré el impulso y tuve la suerte de que a la primera cogí la cuerda esa que rodea las lanchas.

 

         Entonces Juan Carlos y los dos guardias civiles comenzaron a tirar de la cuerda con la que habían atado la lancha, desde la orilla y me sacaron del agujero. Una vez llegado aquí, ya sin prejuicios me fui hacia Paris, siempre temblando, lo cogí en brazos y lo subí a la lancha con el trineo, ya desenganchado.

         Continuaron tirando y fui arrastrado hasta la orilla donde desembarcamos.

         Tras mostrar mi enorme  gratitud a los guardias, explicarles que no se trataba de un perro cualquiera (su padre era campeón del mundo, etc. etc.) y despedirnos, me fui al coche a quitarme la ropa, 

ponerme un abrigo e irnos a casa de mis amigos, al calor y a meter algo en el cuerpo.
 

          Paris, al bajar del coche, estaba como si nada hubiese ocurrido, mientras que yo… hubo un momento en el que sentí un leve mareo cuando había entrado en calor.

          Después de la tensión y en infinidad de ocasiones me siguen diciendo  y yo mismo lo pienso… que me jugué la vida por rescatarlo. Y como ya dije en una ocasión, este acontecimiento me tuvo ligado a Paris en vida, ...y después.

          Lo más curioso, anecdótico e increíble, fue, que al año siguiente, quiso el destino que se celebrase en Puebla de Sanabria, una Jornada de Pastores Belgas, juzgada-comentada por Javier Martínez y cuando salí del ring me abordaron dos guardias civiles y uno de ellos me dijo: … “a ese perro lo conozco yo”…

Aníbal Robles